martes, 11 de agosto de 2009

Racismo, política y cerveza


1º de agosto de 2009

Alguna vez, durante mis primeros semestres de universidad, unos amigos y yo estábamos reunidos en la casa de una amiga haciendo un trabajo en grupo para alguna materia. Mi amiga y yo salimos a comprar comida para todos y en el camino vimos un Mercedes Benz conducido por un hombre afrodescendiente. Mi amiga se quedó mirando el carro y después de unos segundos volvió la cabeza hacia mí y dijo: “No te vayas a ofender pero obviamente ese no es el dueño del carro…”. Yo sonreí con una mezcla de tristeza y mal genio y algo le dije; ya no recuerdo qué. Pero la imagen de ese hombre en el asiento del conductor de un carro de lujo y el comentario de mi amiga no se me olvidan. Más allá de que la aseveración fuera cierta o no, mi reacción se debió al hecho de que se asumía que el hombre no podía tener el dinero para pagar un carro de esa marca simplemente por ser afrodescendiente. Esa misma amiga poco después reconoció ser racista, aunque no sé cómo reconciliaba esto con el hecho de tener varios amigos afro y de ser una mestiza con más características indígenas que euro. Racismo interiorizado, tal vez.

Esta no pasa de ser una anécdota de las muchas que nos ocurren con frecuencia a los afrodescendientes de muchos países, pero de vez en cuando las circunstancias en las que ocurren historias parecidas, y por ser los protagonistas quienes son, los medios de comunicación prestan atención e invitan al público a reflexionar. Esto fue lo que ocurrió hace unos días, cuando en la ciudad de Cambridge, en el área metropolitana de Boston (Massachussets, E.U.), un afrodescendiente fue detenido en su propia casa tras ser considerado sospechoso de intento de robo a la residencia. La historia, en resumen, fue así:

El Dr. Henry Louis Gates, profesor afrodescendiente de la Universidad de Harvard (en temas de literatura afro con enfoques sociológicos e históricos) volvía a su casa después de un viaje a China en el que dictó algunas conferencias académicas. La puerta de su casa estaba trabada y entre él y su chofer la destrabaron para poder entrar. Una vecina los vio y llamó a la policía pues al destrabar la puerta parecían estar forzándola, así que denunció un intento de robo. El sargento de policía James Crowley fue enviado a investigar y llegó a la casa del Dr. Gates, quien no sabía de la denuncia. El Sgto. Crowley le pidió al Dr. Gates que saliera y éste se negó. Después de un tire y afloje el Dr. Gates le mostró a Crowley su identificación demostrando que era el residente de la casa, pero el policía aún tenía sus dudas e insistía en que el Dr. Gates saliera. La discusión subió de tono, los dos hombres se salieron de sus casillas y el Sgto. Crawley detuvo al Dr. Gates bajo el cargo de “conducta escandalosa”. Allí se armó Troya.

El hecho de que un hombre afro respetado, con los pergaminos académicos del Dr. Gates, quien ha ganado numerosos premios y becas, y es el editor en jefe de una revista electrónica de asuntos afroestadounidenses (The Root; http://www.theroot.com), hubiera sido detenido por un policía eurodescendiente, en su propia casa, encendió la mecha de un escándalo explosivo en el que intervino hasta el presidente de E.U., Barack Obama. Las reacciones tanto del policía como del detenido son entendibles debido a las múltiples tensiones que tradicionalmente han existido entre los afroestadounidenses y la fuerza pública y dio pie a una serie de malentendidos que llevaron a que el Dr. Gates terminara fichado en la estación de policía de Cambridge, y a que Obama, en una rueda de prensa destinada a informar de un asunto totalmente diferente, dijera que el Sgto. Crawley había actuado “de manera tonta”, expresión por la que tuvo que disculparse públicamente.

El público reaccionó de varias maneras. Muchos sintieron que el Dr. Gates fue detenido por ser un afro viviendo en una casa bonita y que el policía, como muchos eurodescendientes, no podía creer que hubiera un afro tan alejado del estereotipo del afroestadounidense pobre, rapero y pandillero. Muchos opinaron que el policía sólo cumplía con su deber, estaba siendo cauteloso, y el Dr. Gates fue imprudente y grosero. Algunos opinaron que fue un simple malentendido. Pero lo más interesante de este caso en particular no fue el incidente en sí mismo, sino lo que vino después.

A diferencia de la mayoría de incidentes en los que se presume la culpabilidad del hombre afro, en este hubo un diálogo muy publicitado. Muchos otros casos terminan con resentimientos porque la policía (“el establecimiento”) actuó de manera injusta contra alguien de minoría étnica, por un lado, y porque, “como era de esperarse”, la persona perteneciente a la minoría étnica irrespetó a la autoridad, por el otro. Pero esta vez Barack Obama, quien metió leña al fuego con el comentario del que tuvo que retractarse, invitó al Sgto. Crawley y al Dr. Gates a hablar del asunto con él y el vicepresidente de E.U., Joe Biden, en la Casa Blanca. Lo mejor de todo, y un detalle relativamente irrelevante pero que celebro casi con euforia, ¡es que Obama propuso que la charla se diera alrededor de unas buenas cervezas! ¡Qué detallazo, Barack!

Los cuatro hombres se reunieron, las partes del conflicto limaron asperezas, se olvidaron de sus resentimientos, prometieron no adelantar acciones legales, y le dieron al mundo un ejemplo de cómo se arreglan estas cosas: Sentándose a hablar abiertamente del asunto, dando la cara y manteniendo una mente abierta. La cervecita, aunque no era importante, fue un detalle simpático y agradable.

Todo este embrollo comenzó porque la sociedad occidental, de mentalidad colonialista, aún no acepta que personas no eurodescendientes puedan poseer bienes materiales que hace poco más de un siglo, o incluso menos, se consideraban reservadas para los “amos blancos”. Aunque el policía no fuera consciente de ello ese fue el detonante de todo el lío. Pero, repito, en este caso se dialogó sobre el asunto, lo cual es un paso importante en la dirección correcta. Falta mucho para solucionar el problema de racismo y eliminar estereotipos, pero por algo se comienza.

En cuanto a mi amiga, la que reconoció ser algo racista, en Australia se unió a una ONG que hace labor humanitaria en África y por algunos años trabajó apoyando refugiados angoleños en Zambia. ¿Karma o un corazón gigante que se niega a dejarse dominar por el racismo inconsciente occidental? Me inclino hacia la segunda razón y es una de las razones por las que la quiero tanto.

Esta reflexión me lleva a la conclusión de que, poco a poco, la pelea contra el racismo se puede ir ganando. Pero hay que actuar de forma concreta. Incluso si se comienza a hablar del asunto cerveza en mano.


Ypsilanti, Michigan, E.U., 1º de agosto de 2009
Para Barûle Gazette

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